martes, 14 de agosto de 2012


EL SIMBOLISMO

Este movimiento literario nacido a fines del siglo XIX llevo a los escritores a expresar sus valores y sentimientos mediante símbolos (sin demostrarlos directamente) algunos escritores rechazaba las tendencias de anterior siglo como el romanticismo, el realismo y el naturalismo, proclamaron que la imaginación era el modo mas eficaz para representar la realidad, se debía hacer por medio del simbolismo. Los simbolistas se caracterizaban por alejarse de las rígidas normas de la letra y las imágenes poéticas.
Entre los principales autores de la poesía simbolista figura el escritor estadounidense Edgar Allan Poe, El poeta francés Gerard de Nerval, charles Baudelaire con la obra las flores del mal, Stephane Mallarme se encargo de difundir el movimiento a través de su salón literario de poesía , el simbolismo se difundio por todo el mundo y tuvo gran influencia en Rusia con la obra del pota Alexander Blok. En España influyo la literatura de Rubén Darío Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez.
La obra de sor Juana Inés de la Cruz pertenece a lo mejor del barroco hispánico. Como era de esperar, hay en sus textos indicios muy sugestivos de abundantes lecturas. Góngora, Quevedo y Calderón de la Barca destacan en numerosas secciones de sus escritos. Pero es su poesía lírica la que ha elevado su fama a un plano internacional. La suya es poesía muy diversa, que puede oscilar entre la reflexión aguda y el verso ocasional de cariz epigramático.

En la riquísima vena audaz y de corte satírico resaltan por igual sus redondillas y villancicos, pero sobre todo, nos deleita con su intensa poesía amorosa, con poemas que ya figuraban en su Inundación castálida y que se encuentran entre los mejores escritos en catellano.

Sor Juana nunca rebasa el estilo de su época: encarna la madurez a la que estaba condenada la Nueva España, apenas nacida. Su obra poética es un excelente muestrario de los estilos de los siglos XVI y XVII. Para ella era imposible romper aquellas barreras que tan sutilmente la aprisionaban y dentro de las cuales se movía con tanta elegancia: destruirlas hubiera sido negarse a sí misma. El conflicto era insoluble porque la única salida exigía la destrucción misma de los supuestos que fundaban al mundo colonial.

Si no era posible negar los principios en que aquella sociedad se apoyaba sin negarse a sí misma, tampoco lo era proponer otros. Ni la tracidión ni la historia de Nueva España podían ofrecer soluciones diferentes. Es verdad que dos siglos más tarde se adoptaron otros principios: pero no debe olvidarse que venían de fuera, de Francia, y que estaban destinados a fundar una sociedad distinta. A finales del siglo XVII el mundo colonial pierde la posibilidad de reengendrarse: los mismos principios que le habían dado el ser, lo ahogaban. Negar este mundo y afirmar el otro era un acto que para sor Juana no podía tener el mismo significado que para los grandes espíritus de la Contrarreforma o para los evangelizadores de la Nueva España. Para sor Juana renunciar a este mundo no significaba lo mismo que para santa Teresa de Jesús, la dimisión o el silencio, sino un cambio de signo: la historia, y con ella la acción humana, se abre a lo ultraterreno y adquiere así nueva fertilidad. El catolicismo militante, evangélico o reformador, impregna de sentido a la historia y la negación de este mundo se traduce finalmente en una afirmación de la acción histórica.

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